Por una fatalidad extraña, el general Hugo [el padre de Víctor HUGO], encargado de organizar en 1813 la retirada de las tropas francesas de España, hizo caer en tierra tres de esos campaniles, al hacer  volar el castillo de Burgos, ciudad de la que fue el último gobernador francés.

 

-          Víctor HUGO: 1802 – 1885, Futuro autor entre otras de “Los Miserables”  y “Nuestra Señora de París”, fue un gran viajero, filósofo, escritor, poeta y dramaturgo

 

CELADA DEL CAMINO.

 

Cuanto más avanzaban, más huellas de destrucción encontraban. Tras dejar Burgos, pararon en un lugar llamado Celada. Había sido convertido en ruinas a conciencia, por las que el fuego, como para evitar que alguien quisiese regresar, se había artísticamente paseado.

Nada más triste que aquella aldea calcinada en medio de una llanura abrasada por el sol.

Algunos pedazos de muros permanecían aún en pie. Los niños de la caravana jugaron con ellos a que era una fortaleza, dividiéndose en asaltantes y asediados. La guerra, el oficio de sus padres, era entonces la inspiración de sus juegos. El pequeño Víctor y sus dos hermanos formaron parte de los asaltantes.

En el momento en que escalaban una brecha, Víctor, atraído siempre por las cimas y corriendo a la cresta de un muro para hacer, sin duda, una distracción en el ataque, perdió pie y cayó no ya del muro, sino al fondo de una bodega hundida; su cabeza chocó contra el ángulo de una roca, recibiendo un golpe tan violento, que perdió el conocimiento.

Nadie le había visto caer. El suceso había ocurrido tan rápidamente que no había podido dar un grito, de manera que el juego de los niños continuó como si los asaltantes no hubiesen perdido uno de sus soldados.

Tomada la plaza, vencedores y vencidos se reunieron y solamente entonces se dieron cuenta de que uno había quedado en el campo de batalla y de que era Víctor Hugo. Se inició la búsqueda del ausente, con sus hermanos Abel y Eugène a la cabeza, y se Exploraron tan bien todos los rincones que acabaron descubriendo al herido en las profundidades de la cueva arruinada.

Como no daba señales de vida, se le creyó muerto, siendo llevado entre grandes lamentaciones ante madame Hugo, la cual entendió que seguía vivo.

En el convoy había de todo, hasta – se nos había olvidado mencionarlo – ¡Seis u ocho Consejeros de Estado que Napoleón enviaba, ya hechos, a su hermano!; no fue difícil encontrar un médico.

El médico exploró al niño. Por fortuna, aunque el golpe había sido muy violento, la herida no había sido profunda, era más el miedo que daba que el peligro que tenía; eso sí, todavía hoy, su cicatriz es perfectamente visible en el punto en que Víctor Hugo se hace la raya al peinarse; en definitiva que, al llegar el siguiente día, aquel niño estaba pensando ya, como Kleber después de la toma de Alejandría, en asaltar otra fortaleza. Hasta entonces, ningún acontecimiento serio había turbado la marcha de la caravana.

De vez en cuando, la bala de un guerrillero emboscado venía a incrustarse en la madera de un coche o rompía el cristal de alguna portezuela; entonces, el coronel Montfort enviaba una veintena de húsares a registrar la maleza desde la que se había hecho el disparo; pero sin éxito.